Para conocer hacia donde queremos ir debemos escuchar a nuestra emoción, para saber cómo hacerlo haremos caso a la razón.
El ser humano civilizado con el ansia de enfatizar su parte racional y mostrar una clara distancia con formas de vida humana más viscerales y con el resto de especies animales, ha pretendido desatender a la parte emocional y visceral.
Resulta que esa parte más emocional y visceral a la cual se pretende ningunear es la que suele marcar el devenir de la historia, muchas veces desgraciadamente.
Con esto quiero decir que estas fuerzas de la naturaleza están marcando en gran medida nuestra forma de actuar y que es preciso que las escuchamos y conozcamos, que recojamos la información que nos están dando sobre nuestros más íntimos deseos para luego, ya, pasando por la razón decidamos que hacer con ellos.
Cualquier emoción que no podemos expresar no va a desaparecer, se expresará por algún síntoma. Una emoción no expresada nos la tragamos, no desaparecen. Son mensajeras de algo.
Entonces, el tomar conciencia de lo que necesitamos o deseamos, que no es lo mismo, no implica necesariamente que hagamos caso a ese deseo. Significa que sabemos lo que queremos, no nos autoengañamos y en función de las circunstancias y en un ejercicio de responsabilidad tomamos una decisión de forma coherente con nosotros mismos.
Buscamos coherencia entre lo que sentimos, pensamos y hacemos.
Incluso me atrevería a decir que está coherencia nos proporciona serenidad y por tanto cierta cota de felicidad.
Consideramos emociones básicas el miedo, la ira, la tristeza, la alegría y la compasión.
Podríamos decir que esas cinco emociones son innatas, no aprendidas, que sentimos todos en todas las edades.
Las emociones secundarias serían combinaciones que aprendemos durante toda la vida y les llamaríamos sentimientos cuando tienen un componente cognitivo, por ejemplo la vergüenza o la culpa, son emoción más pensamiento-juicio.
Otras emociones serían: asco, felicidad, amor, envidia, curiosidad, sorpresa,…
El miedo avisa de que hay un posible peligro real y nos lleva a ponernos a salvo, a protegernos. Es una función importante para nuestra supervivencia. Puede resultar tan problemático negar su existencia como dejarnos paralizar por él.
El enfado tiene la función de defensa. Nos predispone a conectar con nuestra fuerza y nos proporciona energía para pasar a la acción.
La tristeza hace como un pegamento relacional, en el sentido de lo vincular. Si no sintiésemos tristeza al perder estaríamos afectando nuestro vínculo. Como animales relacionales tiene que ver con el soltar lo tóxico. Una energía que nos orienta hacia fuera. Una energía que nos lleva a replegarnos, a vivir el dolor y la tristeza.
La compasión, el afecto, se relaciona con sentir ternura, empatía, tratarnos a nosotras mismas con amabilidad, no tratarnos de forma severa. No tiene que ver con que todo vale ni hacernos víctimas, ni a los demás.
La alegría es una expansión, compartir, nos indica que vamos por el buen camino. Tiene que ver con el entusiasmo. Nos carga la alegría de la vida.