En la película “Shame“ de Steve McQueen, la compulsión sexual se convierte en una salida a la represión emocional y afectiva. El sexo se vive de una forma sucia, desligado del afecto, el contacto, el cariño y el amor; de una forma desconectada de la propia vida que responde a un impulso irrefrenable que no se puede controlar y provoca culpa y vergüenza una vez satisfecho.
La compulsión define una forma de actuar de una persona que presenta una conducta adictiva u obsesiva, presentando gran dificultad o imposibilidad de resistirse ante una determinada situación subyugante. La compulsión puede dirigirse a muchos aspectos de la vida: compras, comida, sexo y otras aficiones.
El perfil de quien actúa compulsivamente puede ser una persona que soporta mucha angustia reprimida y utiliza la compulsión como forma de liberar tensión, alguien que busca y/o necesita mucha estimulación, que no soporta ninguna frustración que le aleje de su deseo (querer-deber), que tiene poca estimulación de su vida y la compensa con la compulsión elegida.
La compulsión también aparece como parte del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). La obsesión sería la parte mental del trastorno, no poder dejar de pensar en algo; y la compulsión tendrá que ver con la parte comportamental, la acción con la que se pretende frenar la obsesión.
La conducta está diseñada para producir o evitar algún acontecimiento temido, relacionado con las ideas, pensamientos o imágenes obsesivas en cuestión, por lo que su realización reduce la ansiedad provocada por éstas.
Para salir del bucle obsesivo la persona tiene que hacer algo: muchas veces es un ritual concreto que le ayude a frenar, repetir acciones u ordenar; otras es comprar, rezar, comer, tener sexo, o seguir una rutina que le tranquiliza. Este gesto tiene un efecto balsámico temporal, ya que aunque provoca esa sensación de control que la persona necesita para calmar su angustia, a nivel racional es consciente de la falta de sentido de su acción.
Aterrizando ya en la compulsión concreta que nos ocupa, se habla de sexo compulsivo cuando las conductas sexuales se convierten en un elemento esencial en torno al cual gira la vida, son difíciles de controlar y son disruptivas o perjudiciales para la persona o para los demás.
Se puede intuir que la vida sexual no fluye cuando se utiliza el sexo para escapar de otros problemas como soledad, depresión, ansiedad o estrés. Cuando se ha intentado controlar y reducir las fantasías, impulsos y conductas sexuales sin éxito. Existen prácticas que pueden contener consecuencias graves, como contraer o contagiar una infección de trasmisión sexual, pérdida de relaciones importantes, problemas en el trabajo o legales y, en general, cuando la persona tiene dificultad para mantener relaciones serenas, con afecto y estables.
Cuando la persona sucumbe ante relaciones sexuales porque no tiene capacidad de controlarse le provocan remordimiento y culpa tras la liberación tensional que supone el orgasmo. La razón está en que, al igual que sucede con otras adicciones, la persona no es libre de decidir sus acciones, sino que es el conflicto interno el que le arrastra.
Cuando la decisión de tener sexo, en cualquier modalidad, tomar drogas o lo que sea no entra en conflicto con los valores o deseos del que desarrolla la acción no suelen aparecer remordimientos, ni vergüenza, ni culpa. No entraríamos en un cuestionamiento de cuánto, cómo ni dónde se debe tener sexo, sino de la capacidad de control que la persona tiene sobre vida sexual; en la conducta compulsiva es ésta la que controla a la persona.
Parece obvio que, en general, sea por razones biológicas o culturales, los varones dedican más tiempo al sexo que las mujeres, de ahí que el sexo como conducta compulsiva sea más habitual en hombres que en mujeres.
En general, el varón, sea homosexual o heterosexual, lo tiene mucho más presente en su mente, dedica más tiempo a las relaciones sexuales, le es menos problemático que a la mujer tener sexo sin relación afectiva, practica un sexo más genital dirigido a la rápida consecución del orgasmo, estando más abierto a tener contacto sexual sin ningún tipo de compromiso con la persona o personas con las que tiene sexo.
Puede suceder que la persona sufra de mucha ansiedad y sea a través del orgasmo la única manera de aliviar la tensión. Esta forma de relajación, tanto solo como en compañía, se puede convertir en problemática si interfiere demasiado en la vida de la persona.
Para intervenir en la compulsión deberíamos atender dos aspectos, por una parte actuar sobre el síntoma que en este caso consistiría en buscar más formas de relajación: deporte, yoga baile, canto, pasear, limpiar,..
A nivel más profundo, como en todos los trastornos relacionados con ansiedad, debemos indagar sobre su origen y causas: una persona muy rígida puede intentar ahogar sus impulsos y estos salen de manera disparada y desordenada, otra puede usar el sexo para tener un contacto afectivo que no sabe buscar de otro modo,..
Aquí plantearía también la conveniencia de poner límite al deseo y al impulso sexual. Dejarse llevar únicamente por el principio de placer provoca un desequilibrio en la persona, es preciso regularlo con el principio de deber.
Como comentaba anteriormente cuando una persona tiene un comportamiento rígido y no se permite conectar con el placer, éste, como el agua, encontrará su forma de expresión que probablemente será patológica como consecuencia de esta censura autoimpuesta.
Pues del mismo modo, actuar desde el otro polo también puede traer consecuencias no deseadas. Cuando la búsqueda de placer se convierte en el único objetivo vital también puede llevar a la deriva (el famoso lema “vive deprisa y muérete joven” suele perder vigencia cuando llega la hora de morirse). La búsqueda de placer puede no tener límites, cada vez es preciso mayor nivel de estimulación para obtener satisfacción, lo cual nos puede llevar a lugares extremos en intensidad que se parezcan más al infierno que al cielo.
Respecto a la “obsesión” por el sexo, recordemos que el deseo es central en la orientación sexual, es lo que moviliza a la persona homosexual a enfrentarse con todo un sistema establecido para poder relacionarse de forma afectiva y sexual con personas de su mismo sexo. Así, podemos entender la gran fuerza del deseo, definido en la parte más profunda, primaria y visceral del cerebro.
La mayoría de las personas homosexuales han tenido que reprimir su deseo. Durante la adolescencia, cuando las hormonas invaden el cerebro y el deseo está en su máximo apogeo, cuando los heterosexuales exploran y comparten sus experiencias, la mayoría de gais y lesbianas sienten vergüenza y culpa, viviendo su deseo en soledad y con la lucha interna de aceptarse y después mostrarse. Cómo no se va a convertir el sexo en una obsesión; de forma y manera que cuando aparece la posibilidad de desarrollarlo eso no tenga fin.
En el caso de hombres gais, se junta la alta sexualización masculina, con la represión que ha actuado como presa de contención del deseo, con que uno empieza a darse permiso para tener sexo con otros hombres; y se encuentra de repente con que una vez pasada la barrera de la represión, su vida sexual puede no tener límites ya que hay muchos hombres que también quieren tener sexo lúdico sin compromiso.
Claro, ante tanta posibilidad de placer es difícil reprimirse. Desde mi experiencia, me permito aconsejar disfrutarlo sin que ello implique poner en riesgo la propia salud ni la ajena. Compartir las experiencias con amistades, hablarlo, vivirlo con naturalidad y transparencia y no como algo sórdido. Tener experiencias sexuales sin que sea imprescindible el uso de sustancias para darse permiso, cuando alguien necesita usar drogas para hacer algo, como por ejemplo ir a una sauna, es porque no se permite hacerlo.
Me parece conveniente vivir experiencias y disfrutar del sexo con libertad y responsabilidad para que no queden demasiadas cosas pendientes. Cuando algo se reprime demasiado ocupa más espacio vital que si se vive con naturalidad. Así podremos no quedarnos atascados patológicamente en lo sexual, disfrutarlo y hacer muchas cosas más.