INFANCIA HERIDA

“De todas las cosas que nos asustan, el temor a ser expulsado fuera del flujo de la interacción humana es seguramente el peor. No hay duda de que somos animales sociales, únicamente en compañía de otras personas nos sentimos completos”. M. Csikszentmihalyi.

Insisto en que una de las mayores dificultades a la hora de afrontar con normalidad la homosexualidad consiste en revisar la herida sangrante no atendida durante la infancia.

Planteo imaginar a esa personita que se siente ignorada, vejada, ridiculizada, hasta agredida físicamente y que se da cuenta que a su alrededor todo el mundo hace oídos sordos a su dolor.

Puede decirse que todos los estamentos sociales se alían para negar su existencia; y lo más lesivo es que su propia familia se hace cómplice del ostracismo a que se somete a esta personita que no encaja en el modelo establecido.

Parece que su entorno prefiere no ver como esa personita va creciendo con el sufrimiento de sentirse anormal, sin modelos ni referentes. Supongo que lo hacen para no tener que asumir o aceptar lo que hay o con la esperanza de que al ignorar esa tendencia vaya a esfumarse, como si fuese una conducta que desaparece al no prestarle atención.

Se me ocurre el símil de que un niño tenga un clavo atravesándole la pierna y todas las personas de su entorno, que por otra parte le quieren mucho, hiciesen como que no ven como se va infectando la herida.

Esta situación crea una gran sensación de desamparo, indefensión y perplejidad en el niño; ya que esa gente que tanto le quiere no ve o no quiere ver, no da importancia, no atiende, elude el hecho de que hay algo que está afectando al niño y que hay que atender.

De forma que este niño va aprendiendo a llevar en soledad ese clavo en su pierna; desarrollando un apego inseguro y desconfiado, llegando a negar su propio dolor al cual nadie da legitimidad, desconectándose de sus propias sensaciones y emociones, riéndose de sí mismo, siendo excesivamente complacencia para ser aceptado, autoagrediéndose ya que se avergüenza de sí mismo y se siente culpable.

Así, esas personas que tanto le quieren, consiguen también disociarse para no tener que preocuparse de ese dolor que no saben o no quieren afrontar, con lo cual la herida se va infectando más y más.

Recordemos que las minorías sexuales son las únicas minorías que además de ser susceptibles de sufrir marginación social no encuentra referentes ni consuelo en su propia familia.

Así, en el caso de que la familia de origen tome la clásica actitud de no reconocer a la persona en su totalidad y de forma, explícita o implícita, le obligue a renunciar a una parte fundamental de su identidad la única solución para mantener la coherencia interna y, por tanto, la salud mental es buscar apoyo en grupos afines.

De aquí, vuelvo a insistir, la gran importancia de crear una fuerte comunidad que de referentes y apoyo socio-afectivo a las personas que, todavía hoy, no encuentran reconocimiento en su entorno familiar.

Tanto el marica o lesbiana insultada como la que vive su homosexualidad en secreto necesita que su herida sea atendida terapéuticamente, es una herida muy específica y desoída. Una herida que precisa de un espacio especialmente protegido para mostrarse y este espacio es el de sus iguales.

Para recuperar nuestra fuerza, primero tenemos que atender esa herida; volver a nuestra infancia y atender a esa personita sufriente que está en nuestro interior, revivir ese sufrimiento para darnos cuenta que podemos soportarlo.

Cuando soltamos las defensas construidas para evitar que ese miedo y vergüenza se sigan escenificando, nos damos cuenta de que tenemos más recursos de los que suponíamos, la grata sorpresa es que como personas adultas podemos cuidarnos nosotras mismas y también podemos buscar cuidado en lugares seguros, buscar esos espacios para compartir y aprender a confiar.

Además, cuando dejamos de dedicar toda la energía en estar a la defensiva, baja la ansiedad y el acceso al mundo emocional es más fluido; esto nos va a permitir acercarnos al mundo con más confianza y amor.

También hace posible recuperar partes bonitas de la infancia que igual habíamos olvidado, porque cuando nos cerramos a los sentimientos y emociones para no sufrir, nos cerramos a todas, a las positivas y negativas. La misma coraza que construimos para defendernos de los golpes también nos aleja de los abrazos.

Ahora, podemos recoger la parte positiva de la experiencia vivida, esa parte que nos ha hecho fuertes. Respetar la propia historia, crecer cuidando la herida y buscar apoyo donde se pueda encontrar nos hace supervivientes con fuerza para luchar y poder sacar lo mejor de la vida, porque tenemos recursos para autocuidarnos.

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