Se siente culpa cuando se cree que no está haciendo lo correcto. De alguna manera, la culpa es el recurso utilizado por la sociedad para que sus miembros se autocontrolen y cumplan las normas establecidas; es la gran aliada de los diferentes agentes educativos para que los niños y las niñas hagan lo que deben.
Cuando una persona homosexual o transexual se va dando cuenta de que su forma de ser no cumple los mandatos sociales básicos establecidos, puede desarrollar culpa de ser.
Un malestar consigo mismo que va más allá de hacer alguna acción incorrecta, sino que toda la persona es incorrecta, ya que el error no está en lo que se hace, sino en lo que se es.
En ocasiones, el asumir que efectivamente se están incumpliendo las normas sociales referentes a su división en géneros y la orientación del deseo sexual, implica que la persona asuma de forma normalizada su condición de ciudadanía de segunda clase.
El gran riesgo de asumir, a veces de forma inconsciente, este grado frente a la población heterosexual implica que la propia persona se niega a sí misma sus derechos; asume que se merece menos que los otros.
La propia interiorización de la diferencia como deficiencia lleva a comportarnos como si no tuviéramos derecho a nada; y desde aquí, tragamos, tragamos y no nos defendemos.
Cada pequeña agresión hacia nuestra identidad que es asumida como normal va en detrimento de nuestra autoestima, ya que de esas pequeñas humillaciones no peleadas se va creando nuestro sentimiento de inferioridad y el de superioridad de quien está enfrente relegándonos al ostracismo.
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