CARICIAS Y CONTACTO

Oscar Bendicho

Piel de gallina

Las caricias y el contacto físico son un fin en sí mismos. La caricia no tiene porqué ser el inicio de un camino; el disfrute de las sensaciones que provoca la hacen válida en sí misma.

El dedicar tiempo al contacto con otra persona ayuda a establecer lazos de mayor intimidad y a confiar. El disfrutar de la piel ayuda a disminuir el estrés y baja los niveles de ansiedad.

La piel, además de ser una barrera que nos protege del exterior, es un órgano social. Millones de terminaciones nerviosas repartidas por todo el cuerpo, nos informan mediante el tacto de lo que ocurre a nuestro alrededor, de las características de aquello que entra en contacto con nosotros y de cómo nos sentimos al relacionarnos físicamente con ese entorno (si nos estremece, si nos hace daños, nos da dentera, nos excita, nos irrita o nos da asco).

La caricia es una forma de comunicación primaria. El contacto físico, siempre que sea consentido y no invasivo, favorece el vínculo entre las personas.

El sistema nervioso se extiende por la piel mediante esa amplia red de receptores sensoriales que informan al cerebro sobre las sensaciones que le llegan mediante el tacto. Cuando la piel se siente agredida, el sistema nervioso se excita y pone a la persona en situación de alerta y a la defensiva. De forma similar, cuando la piel se siente tratada con cariño y cuidada consigue que la persona se relaje y confíe, influyendo en la disminución de la ansiedad.

Parece estar demostrado que las caricias, los masajes y el contacto físico en general (si es agradable y la persona confía) disminuyen la producción de cortisol, la hormona del estrés, lo cual parece favorecer el funcionamiento del sistema inmunológico. Incrementando también la producción de hormonas que favorecen el estado de bienestar como la oxitocina, dopamina y serotonina.

En principio, los leves roces en la piel resultan placenteros de forma generalizada. Esto puede dejar de ser así cuando pensamos sobre ese roce: si tiene connotaciones sexuales o en los compromisos que me puede acarrear ese contacto.

Así, si una persona tiene dificultad en poder confiar y disfrutar del contacto físico (y desea que esto cambie) tendrá que hacer un proceso de autoanálisis sobre qué factores pueden estar influyendo en esa actitud.

A continuación trataré algunos de estos factores que pueden estar actuando. Por una parte, hay que indagar sobre cómo se ha ido construyendo ese patrón de funcionamiento, para después ir introduciendo cambios en la conducta. Ir conociendo las propias limitaciones (miedo, vergüenza, culpa) para ir haciendo pequeños experimentos que ayuden a ampliar la gama de respuestas.

 

LA PERSONA ADULTA CARENCIADA

Como decía, la caricia es una forma de comunicación primaria; las experiencias que hayamos tenido respecto al contacto físico a lo largo de nuestra vida (especialmente en la infancia) va a determinar nuestra actitud en el futuro.

Desde la infancia, nos encontramos con que socialmente se van a ir restringiendo estas caricias. “No te toques” y “no toques a los demás” van a ser frases comunes.

Las niñas y los niños no entienden este discurso, pues es su impulso natural, pero se va interiorizando el mensaje y restringiendo esa búsqueda de contacto físico, a la vez que se va formando una idea del cuerpo como algo malo (o peligroso cuanto menos) y asumiendo que es inapropiado la expresión espontánea de lo que siente.

Y así se va creando el adulto carencial: culpa y vergüenza.

Incluso el impulso reprimido a tocar puede transformarse en un impulso a fastidiar en una búsqueda de ese contacto negado, sería la ”caricia negativa”; por ejemplo un hombre que no se permite mostrar ternura y afecto a través del contacto físico por considerarlo inadecuado desde su masculinidad puede buscar ese acercamiento a través de la pelea o el empujón.

Progresivamente, en la persona adulta el tocar va perdiendo toda naturalidad (igual pasa con la desnudez) y se convierte en una acción totalmente sexualizada (en el sentido de sexualidad como genitalidad). El tocar se entiende, solamente, como una invitación a tener relaciones sexuales de coito o como agresión.

Así, nuestra sociedad, sobre todo a través de la religión, ha decidido que lo mejor es restringir el contacto físico placentero, y centrarlo en el proceso reproductivo; de forma que todo el componente lúdico de la sexualidad y la sensualidad es denostado y desnaturalizado.

Es cierto que los límites del contacto es un tema complejo, que cada individuo debe indagar en sí mismo en el proceso de autoconocimiento. Exige a la persona estar conectada con sus deseos y necesidades y empatizar con los deseos y necesidades de las demás a la hora de establecer un acercamiento. Además de convivir con las formas y límites que cada sociedad considera adecuados.

Esta construcción sobre la forma de de vivir la estimulación corporal puede acarrearnos una serie de dificultades:

Una tiene que ver con el permiso que nos damos para darnos placer a nosotros mismos; más teniendo en cuenta que es necesario conocer el propio cuerpo para poder disfrutarlo y no esperar a que sea el otro quien me adivine y me de placer.

Por otra, resulta complicado disfrutar del contacto físico sin que éste se sexualice; la manera en que nos socializamos (o simplemente el hecho de que pensemos) determina de forma rígida que contacto se puede tener sin que empiece a tener una connotación sexual-coital.

Y finalmente, cuando hay una relación claramente sexual, ésta tiende a centrarse en los genitales y en la penetración, no observando otras maneras de placer.

 

CONTACTO FÍSICO Y GÉNERO

Creo que esta última dificultad indicada está muy marcada por la forma de vivir la sexualidad desde el género. Sea por razones biológicas, evolutivas o culturales, el acercamiento al contacto físico desde la masculinidad y desde la feminidad es bastante diferente.

En mi experiencia terapeútica con parejas heterosexuales es un clásico que el varón se queje de que hay poco sexo (entendido como penetración), mientras que la demanda de la mujer en este aspecto se refiere, en general, a que haya más comunicación y una relación que integre más a todo el cuerpo. La exigencia de las mujeres de su derecho al placer, hace necesaria cierta “feminización de la práctica sexual”.

Es preciso que el varón tenga en cuenta las necesidades de su pareja para que la relación sea gratificante para ambas partes (la relación ha de ser gratificante para ambas partes o no será). Por otra parte, en este proceso de aprendizaje ampliará su gama de recursos para dar y recibir placer.

Cómo no, esta mirada centrada en el coito influye en gran medida en las relaciones entre personas del mismo sexo. Las mujeres que tienen sexo con mujeres y los hombres que tienen sexo con hombres están condicionadas por este hecho admitido de forma generalizada de que es preciso meter algo en algún sitio para tener una buena relación sexual y que, además, esta conducta es invariable.

Una vez más tenemos que observar que esta división se basa en un modelo centrado en el placer del hombre heterosexual y una descalificación de lo femenino.

Pues esa es la cuestión, que además de meter y meterse órganos y objetos por las diferentes cavidades del cuerpo existen otras formas de darse y dar placer, que no es mejor (ni peor) penetrar a que te penetren, que no es preciso meterse nada para disfrutar sexualmente, que hay diferentes zonas erógenas en el cuerpo a explorar y estimular.

 

ASPECTO PRÁCTICOS PARA EXPLORAR EL CONTACTO

 Para que el contacto con otra persona sea gratificante es importante empezar por conocer el propio cuerpo: no tener miedo a tocarse uno mismo, conocer cuáles son las partes más erógenas, más sensibles del propio cuerpo. Qué tipo de estimulación me es grata, con qué presión (más fuerte, más suave), además esto cambiará de unas zonas a otras y también dependerá del momento.

Al no ser la respuesta al contacto algo estable e invariable, requiere estar atento a los sentidos en el momento presente, estar en el disfrute y no interrumpirse con el pensamiento.

Esta indagación del propio cuerpo también se puede hacer directamente con otra persona, pero creo que es adecuado conocerse un poco antes de ir al encuentro con el otro, sobre todo para no dejar en sus manos la responsabilidad de mi propio disfrute.

En la relación con otra persona es preciso crear espacios agradables, íntimos, eróticos y disponer de tiempo para poder estar relajadas (en principio la situación puede provocar cierta ansiedad).

Enfrentarse a la vergüenza que puede suponer hablar de los propios deseos y evitar juicios hacia la otra parte. Preguntar, poder decir que es lo que me gusta y lo que no en voz alta y con detalles.

Dar y recibir, poder transitar por ambos lugares, atendiendo y también dejándose hacer. Darse derecho a recibir y explorar la confianza en la otra persona. Perder el miedo a mostrar la vulnerabilidad. Dejarse estar en el recibir, sin exigencia.
Disfrutar de cuidar, de atender a la otra persona y sentirse causante de su bienestar.

Explorar todos los sentidos. Introducir masajes y caricias para explorar todo el cuerpo, propio y ajeno. Tocar y dejarse tocar sin prevención. Algo de técnica, como unos movimientos básicos de masaje sensitivo, siempre ayuda.

El sexo es importante, pero el amor, el cariño, el afecto,… es fundamental.